jueves, 16 de mayo de 2013

Casa

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La casa es el espacio de lo privado, el ámbito de la intimidad, el sitio donde reposan los objetos personales dentro de aquella atmósfera provista de olores, texturas, colores y luces que cada cual conoce tan bien cuando está en lo suyo. Humberto Giannini sostienen que en el espacio privado almacenamos nuestra identidad.

La andanza por el mundo nos fatiga no sólo por las acciones o trabajos que nos toca hacer, sino sobre todo porque el continuo roce con los demás, con lo exterior, contamina y finalmente debilita nuestro ser. La forma infinitamente cambiante del entorno abierto termina por difuminar los contornos de lo nuestro hasta que empezamos a no reconocernos a nosotros mismos. Sólo al regresar a casa podemos recobrar la fuerza, recuperar el formato de nuestra propia identidad, y esos lo hacemos en contacto con las cosas, al observar de nuevo la puerta de entrada, la cortina en la ventana, la mesa con el frutero, el refrigerador, los pequeños objetos, la quieta o movediza contextura del hogar.

Christopher Alexander habla de pertenencia, ligando ésta a la capacidad de cada lugar de permitirle a uno ser uno mismo. Hay espacios hermosos, atractivos, incluso espectaculares, donde podemos realizar con toda eficacia ciertas actividades, pero que pese a ello no nos permiten ser como somos realmente:

Los lugares tienen la capacidad de permitirnos o impedirnos ser nosotros mismos, incluso cuando se trata de un departamento o una casa que hemos amoblado y donde hemos puesto a las cosas que nos pertenecen. Llevar allí lo nuestro y arreglarlo un poco no significa que vayamos a crear lo que se necesita para ser plenamente nosotros mismos. Es preciso adaptar toda clase de sutiles detalles en el ambiente para dejar que aparezca esa sensación. Son cosas pequeñas que tiene u enorme efecto. Me refiero a este tipo de felicidad simple que ocurre por algo que en realidad no sabemos bien en qué consiste.

Los ambientes y objetos de la casa, pues, no se pueden improvisar por catálogo, sino que configuran una trama compleja, una lenta superposición de pequeños sucesos o desplazamientos; las cosas necesitan cubrirse de cierta pátina, gastarse un poco, incorporar alguna trizadura o rotura en su apariencia, perder su olor a nuevo o su olor a cosa ajena, para irse así integrando sutilmente, de a poco, en lo nuestro, en aquel ambiente que nos define y sujeta a y cuyo estilo no puede ser ningún otro más que el que lleva nuestro nombre y apellido. Los objetos rebosan o llegan por alguna razón a ser parte de la casa, se les mueve una y otra vez, hasta que de pronto parecen encontrar u su sitio y se quedan allí durante años, quizá para toda nuestra vida. Es, quizás, un proceso de sedimentación lo que constituye a un hogar, aquello que genera su microclima tibio o inconfundible, su sistema de olores y connotaciones secretas. Según Jean Baudrillard, seres y objetos están ligados, y los objetos cobran en esta complicidad una densidad, un valor afectivo que se ha convenido en llamar “su presencia”. Lo que constituye la profundidad de las casas de la infancia, la impresión que dejan en el recuerdo, es evidentemente esta estructura compleja d interioridad, en la que los objetos pintan ante nuestros ojos los límites de una configuración simbólica llamada morada.

 La morada es el refugio; sus muros, puertas y ventanas constituyen la membrana que nos separa y nos une al exterior, un exterior donde no tenemos apenas poder y un interior donde, al menos teóricamente lo, lo tenemos y estamos en condiciones de ejercerlo plenamente. En este sentido la casa es pues el símbolo de la privacidad, y a la vez la manifestación última del jardín particular que, aunque sea de forma de maceta o de florero, suele ser nuestra conexión íntima con la tierra natural o la vegetación abandonada en algún momento por la especie.

Pero una casa es, además de un depósito de identidad, un sistema funcional donde se articulan espacios, volúmenes, objetos, personas y acciones. Leonardo Benevolo distingue en la habitación la estructura arquitectónica, los objetos fijos y los objetos móviles.

Los espacios de una casa se han ido tipificando con el tiempo, y ya casi no existen hogares con espacios perdidos, salas de guardar, desvanes en que se almacenan los objetos en desuso. Con los cambios de las costumbres cambian también los hogares. La casa ha dejado de ser un espacio para la vida entera, y se parece más a una funda portátil de muebles y utensilios, cuya vida útil se corresponde con la de una pareja o periodo de soledad, es decir, unos cuantos años.

 Diccionario crítico del diseño
Juan Guillermo Tejada
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2 comentarios:

FRAN dijo...

Estos dias no te quedes en CASA, ha empezado el teatro de calle. Disfrutad familia.

lucía ordóñez dijo...

¡Hola Fran!
Siento decirte que este año no he visto ni una sola actuación. No tenía fuerzas.
¿Viste algo interesante?
Un beso.